lunes, 31 de mayo de 2010

Diario de una asexual. Cap.4

Lucía , junio de 1999

He decidido que tras terminar mis estudios de magisterio debo irme y empezar una nueva vida en otro lugar. Tengo ganas de emanciparme, de vivir sin la protección de mis padres, de saber si soy capaz de cuidar de mí misma, de trabajar mientras preparo mis oposiciones. El lugar escogido es Valencia. Creo que allí tendré más facilidades para conseguir un trabajo enseguida y, además, es uno de los sitios, dentro de la península, donde se convocan mayor número de plazas para educación.
Sin embargo, y a pesar de mis ganas, no me atrevo a ir sola y he convencido a mi hermana y a un amigo de la pandilla para acompañarme en esta aventura. Ella acaba también de finalizar sus estudios de economía y Manuel está en el paro por lo que es un buen momento para los tres.
Dejaremos atrás un montón de cosas, la familia, nuestros amigos y amigas, la vida de estudiante, nuestra ciudad, y todo lo conocido hasta ahora.
La relación de mi hermana con Héctor terminó hace a penas dos meses. Ha sido una historia de dolor, humillación y desamor. Al final ha llegado el desengaño que ha abierto sus ojos y le ha dado fuerzas para comenzar de nuevo y ponerle fin a lo que, en mi opinión, no debió comenzar jamás.
El pasado fin de semana nos volvimos a reunir toda la pandilla como llevamos haciendo desde hace ya varios años. Hicimos una cena para contarles a todos nuestros planes y despedirnos, aunque no somos muy conscientes de ello. Es muy posible que pasen meses antes de que podamos volver a encontrarnos, todos juntos, otra vez. Los sentimientos se confunden entre la ilusión por el cambio que se avecina y a cuyo abismo nos lanzamos totalmente a ciegas con la fuerza que nos da la fe en un futuro de mejor y, sobre todo, la dicha de no hacerlo solos, y el miedo a los cambios que nos esperan. Manuel tiene mucha confianza en nosotras, nos profesamos un cariño de hermanos desde hace mucho tiempo. Es tan fácil quererle. Yo, me llevo todo lo que necesito, me llevo a mi hermana ya sin ataduras ni compromisos que la alejen de mí. Creo que si ella no hubiera secundado mi plan, me hubiera echado atrás; soy capaza de separarme de todo menos de ella. Después de su pasada historia me he dado cuenta de la importancia que tiene en mi vida. Todo el mundo pensaba desde niñas que ella era la que dependía de mí y buscaba mi protección de hermana mayor, pero la vida me ha hecho ver que puede que sea justo al revés.
En cuanto a Julio, mi Julio, al que he tenido a mi lado en lo bueno y en lo malo todos estos años queriéndome a pesar de la distancia que siempre, sin pretenderlo, he mantenido con él, la noche de la cena ha estado aún más cerca de mí que de costumbre, me ha preguntado, lleno de melancolía, hasta cuándo durará lo nuestro. Le ha desgarrado el alma mi decisión. Una decisión que nos separa no solo físicamente. No he sabido qué responder y le he prometido estar ahí, con él, aún en la distancia. Pero ambos sabemos que la distancia hará más complicada una relación de por sí diferente a cualquier otra por lo poco convencional. Él no puede acompañarme. Acaba de encontrar su primer empleo importante, tiene muchas posibilidades de quedarse en la empresa en pocos meses y yo, por nada del mundo le pediría que lo dejase todo por mí. Tampoco él ha insistido en que no me vaya porque sabe que de nada serviría, me conoce demasiado bien.
No voy a negar que me duele esta separación, que me voy con la idea de volver a verle muy pronto y con la certeza de que estaremos en contacto cada día.
En todos estos años he intentado evitar situaciones íntimas entre nosotros. Ha habido muchos besos sí, muchos y cálidos abrazos en los que perderme y que dejaban en mi cuerpo la sinceridad de unos sentimientos mutuos y profundos, pero he sabido cambiar de rumbo la situación en cuanto ha aparecido la tensión sexual. Se que le atraigo mucho y eso le empuja, como es natural, a acercarse a mí físicamente; me abraza en cuanto aparece la más mínima oportunidad y me acaricia como solo a él le permito. Acepto sus muestras de cariño con mucho agrado, pero me violenta sobre manera su excitación. Nunca lo hemos hablado, jamás me ha recriminado nada. Estoy convencida de que sabe que mi rechazo no es hacia él sino hacia el sexo. Quizá aún no estoy preparada, quizá estoy demasiado implicada en construir mi futuro y no pienso en nada más. Si lo nuestro es un noviazgo, parece estar hecho a la medida para mí. Ningún otro hombre hubiese seguido a mi lado en estas condiciones.
Aún recuerdo la noche que se atrevió a pedirme que fuésemos al cine él y yo solos por primera vez. Ambos habíamos tomado unas copas y, a pesar de ello, sentí el rubor subir por mis mejillas. Le dije que sí inmediatamente y sin pensar, temiendo que esperar un minuto para contestar pudiera cambiar mi respuesta o permitiera un asomo de duda que le hiciera sentir mal por su osadía. Fue toda una sorpresa y suponía una novedad en nuestra relación, pensé entonces que incluso podría ser un avance y me asusté ante esta posibilidad. Sin embargo, a pesar de temblar de inseguridad y de no sentir ni la más mínima ilusión, se lo conté de inmediato a mis amigas, entre ellas mi hermana, amparándome en el bullicio del local de copas atestado de gente a esa hora. Hubo revuelo general y temor por mi parte de que Julio se enterara de mi confidencia pudiendo interpretarla erróneamente como grata emoción por mi parte. No quería que se ilusionara con la idea de una declaración de amor tras una supuestamente romántica sesión de cine al estilo más tradicional y arcaico.
Concretamos la cita para un par de días más tarde. La sensación que puedo recordar más vivamente es la de angustia. Angustia ante la posibilidad de una declaración por su parte sabiendo yo que mi respuesta sería negativa. ¿Por qué estropearlo todo intentando encajar en un formato estándar de relación de pareja? Julio me daba todo cuanto yo necesitaba por el momento de un hombre, aunque siempre temí que eso no sería así indefinidamente, ya que tal vez no fuese lo mismo para él y a pesar de no haber dado nunca indicios de frustración, impaciencia o incomodidad a mi lado. Y si no era éste el motivo ¿qué otro podría haber?, si a los dos nos gustaba vernos rodeados de nuestros amigos y amigas de siempre, compartiendo juegos, risas y buenos ratos unos con otros sin que ello nos impidiera estar juntos en nuestro pequeño universo privado mientras lo demás ocurría a nuestro alrededor. Nadie sabe, ni siquiera mi hermana, de aquel conflicto interno que me ahogaba día y noche pensando qué le iba a contestar si ocurría lo peor. No quería que el no sonara a rechazo pero dar un sí suponía entrar en un nivel totalmente desconocido para mí. De ninguna manera me veía quedando todas las tardes con él para pasear o lo que fuese, la sola idea me aburría. Temía tener que responder forzosamente a sus besos que serían mucho más frecuentes y apasionados en cuanto le diéramos nombre oficial a nuestra relación. Inmersos en el noviazgo deberíamos pensar en enojosos aspectos como los métodos anticonceptivos ya que, se supone, comenzaríamos a mantener encuentros sexuales. Todo esto me horrorizaba tanto como el hecho mismo de pensar sin descanso en ello. ¿Era normal darle tantas vueltas a un acontecimiento tan natural y humano? ¿Por qué tanto miedo, tantas dudas? En el fondo me arrepentía terriblemente de haberle dicho que sí la pasada noche y de haberme, con ello, metido en la boca del lobo. Yo que tan hábil he sido siempre para escapar de situaciones comprometidas. A pesar de todo esto, había en mi interior un diminuto y a penas perceptible atisbo de sensatez que me obligaba a no dar una excusa de última hora para acudir al encuentro. Y es que quería convencerme de que todo se me pasaría en cuanto le tuviese en frente, que todo fluiría y el cariño y confianza que hay entre nosotros disiparía todas las dudas haciéndome sentir ridícula y aliviada al fin. Me dije a mí misma que acabaría por enamorarme como cualquier otra mujer de mi edad y que era tiempo lo único que necesitaba, que Julio jamás me forzaría a nada que yo no quisiera y que el hecho de formalizar la relación no tendría por qué cambiar tan radicalmente las cosas.

El día llegó. Nos encontramos en la puerta del cine donde él me esperaba resguardado de la lluvia que caía aquella tarde otoñal. Ambos llevábamos pesados abrigos para el frío y decidimos tomar un café antes de que comenzara la sesión. En la mesa se creó cierta tensión que ambos notamos y que nos impedía iniciar una conversación fluida y coherente. Fueron los diez minutos más largos de mi vida. A la hora de pagar Julio se levantó caballerosamente y quiso invitarme al café. Yo no tenía muy claro si en aquellas circunstancias era prudente o no permitirlo aunque no era algo extraordinario ya que siempre ha sido muy generoso y atento con los amigos y amigas que aún no tenemos trabajo. Salí de aquella cafetería con ligereza y sabiendo que, al menos durante la próxima hora y media de duración de la película, no tendríamos ocasión de hablar. No pedimos palomitas, ni bebidas, ni tan siquiera nos lo planteamos. Parecíamos estar a años luz de distancia el uno de el otro flotando en aquella atmósfera ajena y tan diferente a la nuestra, que nos ahogaba. Le noté extrañamente desconocido. De haber sido ya una pareja de novios, cualquiera hubiera dicho que no pasábamos por nuestro mejor momento. A penas un par de comentarios en la sala, un par de miradas de reojo, seguramente para constatar el grado de sopor que pudiera producirnos la proyección, una sonrisa para aliviar tensiones y, nada más.
La sensación de angustia volvió a mí como una bocanada de aire gélido al acabar la sesión. Inconscientemente, casi en un acto reflejo, me envolví en mi abrigo antes de salir siquiera de la sala en un intento infantil de hacerme invisible a sus ojos. Esperamos en fila a que la multitud despejara el pasillo que conducía a la salida del cine y, una vez allí, uno al lado del otro, nos miramos interrogativamente. Sin pronunciar palabra comprendimos que la posibilidad de ir a otro sitio a charlar y tomar algo se esfumaba y que ningún intento por nuestra parte cambiaría eso. Me pareció ver en sus ojos un brillo entre desencanto y decepción y le vi abandonar toda esperanza de hablar conmigo. Supe también que nunca más volvería a intentar otra cita a solas. Ninguno de los dos nos sentimos cómodos en aquella situación y no puedo explicar por qué. Tal vez mi frialdad inusual, la dificultad para encontrar un tema de conversación agradable, como lo son siempre entre nosotros, mi postura corporal seguramente rígida y distante, un cúmulo de cosas que convirtieron aquella cita en un completo desastre del que después no hubo nada bueno que comentar. Él me traspasa hasta lo más profundo de mi conciencia y siempre supe de su capacidad para leerme el pensamiento, estoy segura que, aún sin hablar, vio en mí la negativa a cualquier propuesta que pudiera hacerme en ese momento. Soy así, una imbecil egoísta e insegura que no sabe lo que quiere. Esa noche lloré, lloré por mí, lloré de rabia y de impotencia aún sintiendo en mi alma el alivio de haber evitado lo peor.

8 comentarios:

diego83 dijo...

A mi me paso algo parecido, con la chica con la que mejor me he llevado, la que me conoce mejor que nadie, la que sería mi NOVIA perfecta.

Organizamos una tarde de cine, pero nadie se apunto, y como los dos queríamos ver la película pues decidimos ir los dos solos.

Antes de la cita pensé que no había sido buena idea, pero una vez en el cine me di cuenta que ella no buscaba nada más que lo de siempre, mi compañía y mi amistad. Fue una tarde estupenda, nos reímos, paseamos....cualquiera diría que eramos pareja.

De hecho a mi en su casa me trataban como si fuera su novio, todo esto durante mucho tiempo. Y a ninguno de los dos nos importaba, yo creo que ella disfrutaba tanto como yo que la gente creyera que estábamos saliendo.

Lucía dijo...

Qué bueno!!, eso es exactamente lo que yo sentía, con la diferencia de que J. me invitó con claras intenciones de poner los puntos sobre las ies en nuestra relación.
Hasta ese momento no había habido niguna situación tensa entre nosotros, aún estando a solas, porque los dos disfrutabamos de lo mismo, sin embargo era muy claro que él quería más de lo que yo podía darle.
No sabes lo mal que me siento al recordar todo esto.
Me entran muchas ganas de llamarle...

Aliena23 dijo...

Excelente capitulo, como siempre. Entiendo lo que sucedio esa noche que regresaste de cine , tantas preguntas: ¿Por que no puedo ser una mujer normal que se sienta absolutamente feliz en la compañia de un buen muchacho?, ¿Por que me sentia tan incomoda y en el lugar equivocado?, ¿Por que lo que siento o dejo de sentir se me convierte en una obsesión mental? ¿Porque la palabra cita ejerce tanta presión en mi y me hace sentir una ansiedad terrible?. Veo que a los asexuales nos han sucedido circunstancias muy similares, con la diferencia de que tu sentias complicidad por Julio y te sentias gusto en su compañia en circunstancias normales. Realmente te debio querer mucho para frenar sus instintos. Pero al menos a mi el que alguien me quiera demasiado me hace sentir impotente y frustrada.Cuando me han mirado con ojos de ternero degollado queriendome decir "¿Que tengo que hacer para que te sientas feliz a mi lado? y saber que no tengo respuesta, que solo se que él no me puede hacer nada, que cualquier esfuerzo que haga por llegar a mi corazón sera en vano.
Me acuerdo de mis tardes preguntadole a Dios ¿Pero por que no lo puedo querer si es tan bueno con migo?. La cuestión del sexo a mi en esos momentos toma un segundo plano, si bien tampoco me siento atraida sexualmente, lo mas importante y lo que mas pesa en mi conciencia y en mi cabeza es la parte de los sentimientos.

Lucía dijo...

Es verdad Aliena!!! Yo también dudo a veces de si soy capáz de enamorarme como una mujer normal, por lo que tú dices, el sexo no me asusta, es otra cosa. Exactamente como tú, me produce mucha presión la palabra cita, cada vez me apetece menos la idea de quedar a solas con un hombre por más que me guste su personalidad. Lo que me apetece es salir en grupo y, como entonces, tener alguien aliado y confidente, un amigo especial tal vez, dentro del mismo. ¿es infantil?.
Cada vez me identifico más contigo.

SARCASMOIRONICO dijo...

Hola, he seguido cada uno de los capitulos y mr han gustado mucho.

Y como a otros, esta parte del cine me ha llegado mucho en verdad. porque también he vivido algo igual. Y exactamente me he preguntado lo mismo ¿por qué siento esa tensión si estoy con una chica maravillosa? ¿qué me pasa? ¡Dios por qué!

Y concuerdo, es la palabra cita, me horroriza, creo que soy un tanto más expontaneo en situaciones "normales", pero en circunstancias así viene la angustia.

Gracias, buen capitulo, pero sí me ha calado el alma...

Lucía dijo...

Me alegro mucho de que os guste y sobre todo porque me haceis sentir bien. Una vez más confirmo que no estoy sola en esto. Lo nuestro tiene nombre y para mi es un alivio saberlo.
Gracias!!

Lucía dijo...

Me alegro mucho de que os guste y sobre todo porque me haceis sentir bien. Una vez más confirmo que no estoy sola en esto. Lo nuestro tiene nombre y para mi es un alivio saberlo.
Gracias!!

Solete dijo...

Aquí otra que también una tarde fue al cine, no hace falta que dé más detalles ¿verdad?