martes, 11 de mayo de 2010

Diario de una asexual

Lo que estais a punto de leer es uno de los capítulos que en su día escribí para el proyecto literario que quise emprender con vosotros, amigos y amigas del foro, y que ahora ha encontrado su lugar en este Blog.
Los nombres, tanto de los personajes como de los lugares mencionados, han sido sustituidos para proteger la privacidad de las personas que menciono en esta breve historia que sí es real.
En lo sucesivo, espero poder ir publicando los restantes capítulos hasta completar lo que fue mi proceso de descubrimiento de la asexualidad.
Espero que os guste.

Lucía, 9 julio de 1994


Ayer por la noche tampoco salí. Ya hace varios veranos que no acompaño a mi hermana en las juergas nocturnas de este pueblo al que nuestros padres nos traen año tras año.
Antes no me disgustaba venir. Era divertido cambiar de aires una vez al año y disfrutar todo el día en la calle con nuestros amigos y amigas de la infancia. Nos juntábamos después de desayunar, íbamos a nadar al río, luego a comer, y ya no regresábamos a casa hasta la noche. Qué años tan felices aquellos y qué poco duraron.
Aún recuerdo el verano en que llegamos como siempre con toda la ilusión del mundo a reencontrarnos con la pandilla. Yo era la mayor por unos meses y mi hermana una de las más pequeñas con veintiún meses menos que yo. Acababa de cumplir los 15 años y Nuria, mi mejor amiga en la pandilla, me recibió entusiasmada intentando recuperar la compostura para decirme que había conocido a un chico en el pueblo y que era encantador. Este fue sin duda el principio del fin de nuestra amistad. Aquel verano no hice otra cosa más que acompañar a Nuria y a su nuevo amigo por todo el pueblo, día y noche sintiéndome como el cero a la izquierda. Algo en ella había cambiado de manera radical y yo no podía comprender el por qué de su comportamiento, exagerado en ademanes y gestos cuando se encontraba delante de él. Podría decirse que literalmente se derretía por llamar su atención.
Por suerte aún me quedaba mi hermana. Ella era una niña todavía y tampoco le gustaba el plan que se nos presentaba ese verano. Siempre ha sido mi mejor aliada, mi confidente y cómplice, mi paño de lágrimas. Hemos estado siempre muy unidas. Ahora solo espero que eso no cambie nunca.
Después de aquel verano nada fue igual. La repentina obsesión de Nuria por los chicos no nos gustaba y trajo numerosos conflictos que acabaron con el sentimiento de unidad que había en el grupo.
Mi hermana y yo volvimos a recuperar las rutinas de antaño y decidimos salir solas evitando al máximo, por decisión mía, el contacto con la que fuera hasta entonces nuestra amiga.
Al año siguiente las cosas no fueron mejor. Mi hermana había experimentado ya un cambio evidente no solo en su cuerpo, más adolescente, sino también en su espíritu. Empezaba a gustar a los chicos y a ella no le eran indiferentes. Aunque ya desde hacía algún tiempo mostraba interés e inquietud por el sexo opuesto, cada vez era más notable su tendencia al fácil enamoramiento. Pero nunca se había hecho tan evidente como ese verano.
Recuerdo perfectamente que al poco tiempo de nuestra llegada al pueblo de vacaciones nos enteramos del fracaso de la historia de Nuria y aquel chico llamado Marcial. Ese año, casualidades de la vida, no coincidimos con ella ya que su familia no vendría hasta finales de mes. Marcial, al que sí vimos, parecía un perrillo abandonado buscándola por todo el pueblo. Pero en su lugar encontró a mí hermana y pareció ver en ella a una persona totalmente diferente de aquella niña regordeta que le presentaran una vez. Conmigo nunca tubo buena relación. Yo le detesté desde el día en que Nuria me lo presentó con aquella risa floja en la boca y comportándose con exagerada confianza. He de reconocer que era un chico atractivo y no parecía mala persona, pero yo vi la palabra problemas escrita en su frente con la misma claridad que la vi en el aura de mi hermana aquel nuevo verano. A ella no le gustaba para nada Marcial pero menos aún recordar cómo la había ignorado e incluso menospreciado un año antes tratándola como a una niña pequeña frente a Nuria y los demás. Ahora, nos lo encontrábamos en todas partes, insistía en venir con nosotras al río y en que saliéramos con él a dar una vuelta por la noche, a tomar algo en algún bar, idea que me espantaba porque de sobra conocía yo sus intenciones. Mi hermana comenzó a sentir cierta simpatía por él y a mí esto me suponía un fastidio y una intromisión innecesaria entre las dos ya que a pesar de todo ella seguía diciendome que no le gustaba ni siquiera como amigo. Esto es algo que nunca entenderé. ¿por qué había que cambiar nuestros planes? ¿acaso ya no era divertido ver juntas nuestras series y programas favoritos en televisión? ¿Por qué ahora era tan importante salir por las noches?. Las noches, las temidas noches, empezaron por aquel entonces a ser el peor momento del día. Fueron divertidas cuando los niños y niñas del pueblo nos reuníamos en la plaza a jugar. A veces también los padres se nos unían. Todos y todas éramos iguales. Quiero decir, cada uno de nosotros tenía el mismo valor para el grupo. Éramos piezas de un mismo engranaje y teníamos, por así decirlo, el mismo objetivo en común, la pura diversión.
Sin embargo llegó la adolescencia y dio otro significado a las cosas. Aquel cambio me pasó por encima como una ola arrasando inesperadamente mi tranquila existencia. Me sacudió y me dejó una sensación de frío en la sangre que hoy he vuelto a sentir con brutal crueldad.
Marcial no era el único chico de nuestra edad en el pueblo. Las noches de verano resultan muy fructíferas para aquellos y aquellas que quieran conocer gente o acercarse más a alguien especial.
Yo salía, al principio por no dejar a mi hermana sola con Marcial y después porque se nos fue uniendo gente, en su mayoría otros chicos interesados en conocernos. Para ser sincera, más bien en conocer a mi hermana, ya que yo no solo no soy tan atractiva como ella sino que siempre hice lo posible por pasar desapercibida. Lo contrario supondría una doble molestia para mí, aguantar a los infatigables pretendientes de mi hermana y a los míos propios. De ninguna manera estaba dispuesta a ello. Cuantos más chicos conocíamos más difícil era librarse de ellos para regresar a casa a una hora convenida. No recuerdo habérmelo pasado bien ninguna de esas noches, pero salía porque en opinión de todos, jóvenes y adultos de nuestro alrededor, eso era lo que había que hacer las noches de verano cuando tienes esa edad.
Con el tiempo y tras acabar conociendo a todo el pueblo, encontré algunas personas con las que compartir una pequeña conversación, un chiste, un juego que hiciera menos tedioso el estar allí en lugar de donde me apetecía estar realmente, y que me dieran un motivo para volver a salir otra noche más de la confortabilidad de mi casa. Una de estas personas era un chico gracioso y de sonrisa espontánea llamado Héctor. Hablaba con todo el mundo y tenía un aspecto tan tierno y dulce que enseguida conseguía la confianza de las chicas.
Por el día todo era diferente, ni en el río ni en ninguno de los lugares que frecuentábamos coincidíamos con aquella gente que parecía esconderse del sol como los vampiros. Si alguna vez nos cruzábamos con alguien en la panadería o en la rivera, tan solo nos despedíamos hasta la noche.
Héctor no era un caso especial. Me reía con él y me era grata su compañía. En cambio le daba largas y excusas porque mis días eran solo míos y los disfrutaba con la mejor de las compañías, la de mi hermana. Además, comenzaba a ser incómodo lo obvio de sus intenciones conmigo.
Mi hermana, en cambio no le prestaba mucha atención, es más yo diría que ninguna en absoluto ya que Héctor parecía interesado en mí y hacía lo posible por convencerme para que nos viéramos alguna tarde ya que sabía lo poco que me gustaba salir por la noche. La sola idea de quedar a solas con él o con cualquier otro me producía angustia y una extraña sensación de repulsa. Yo no necesitaba, ni quería tampoco, alterar mi forma de disfrutar el verano. Mientras que él insistía en llevarme a su casa a pasar la tarde con la excusa de interpretar para mí unas melodías al piano, yo deseaba pasear en bici a la orilla del río recogiendo moras silvestres por el camino, llevar un libro y una vez allí disfrutar del sol y del agua como tantas otras veces había hecho. No es que quisiera estar sola, simplemente notaba la tensión sexual cuando Héctor se me acercaba y esto me incomodaba sin saber por qué. Desde luego, nunca acepté su invitación, pero tampoco fui capaz de proponerle que me acompañara en mis excursiones. La única invitada era mi inseparable hermana y con ella, sentía que no necesitaba nada más.

3 comentarios:

Diego83 dijo...

jo...Me has dejado con ganas de más. ¿Para cuando el próximo episodio?

Lucía dijo...

Gracias Diego por seguir nuestro blog. La próxima semana tendrás el nuevo capítulo y un chistecito de regalo.
Un besin.

SARCASMOIRONICO dijo...

Me ha gustado mucho, me cautivó. Seguiré leyendote, gracias!